El Dragón

Siempre con un estado calmado. Ese estilo de personalidad cerrada, opaca que irradia misterio cada vez que entra en un lugar. Su piel pálida, pero teñida por el sol, sus ojos vidriosos en un extraño color entre marrón y verde que al mirarlos descubres una inmensa y compleja personalidad hacia el interior y esa limitación en las extremidades, que pudo ser un gran complejo ante los seguros ataques que sufriría en su temprana edad. 

Su carácter noble y puro, como nunca otro se encontró, le llevaría toda su vida a un estado de aceptación, de autodestrucción sin lamentaciones,  solo quebrado ante la desaparición de su progenitor en aquellas jornadas que vaticinaban la realidad de la vida, tras los primeros años de experiencia vital de los ojos que lo ven.  

Su eterna tranquilidad solo se perturba cuando entra en colera instintivamente, expresando una inmensa fuerza más espiritual que física, capaz de hacer reflexionar y detenerse a dragones más grandes pero infinitamente inferiores en nobleza y eternidad. 

No hay cariño más profundo que el que se establece entre el dragón y el león, conscientes de su rivalidad, pero a la vez de igual linaje. Triste a la vez que decisivo, es que no puedan estar muchos años juntos en esta vida. 

«Habanera, llévame alguna flor cuando ya no este»